La piel es el órgano más extenso del ser humano, actuando como protección física, química y biológica ante agresiones externas.
Estudios recientes basados en análisis de DNA revelan la existencia de ecosistemas microbianos cutáneos que se caracterizan por una gran complejidad y diversidad.
Se estima que cerca de 1 millón de bacterias pertenecientes a distintas especies habitan cada centímetro cuadrado de nuestra piel. Existe ya evidencia sugiriendo que muchos de estos microbios contribuyen de forma significativa en la patogenia de algunas dermatosis no infecciosas tales como dermatitis atópica, psoriasis, rosácea y acné.
Aunque todavía es necesario profundizar en los mecanismos moleculares que intervienen en esta relación, parece que los desequilibrios en este ecosistema comensal podrían ser un factor clave en el desarrollo de patología cutánea.
La microbiota cutánea residente participa activamente en la doble función protectora de la piel: como barrera física e inmunológica.
Sus principales mecanismos de acción son obstaculizar el desarrollo de bacterias oportunistas y generar de un ambiente hostil para ellas (interferencia bacteriana); ayudar a degradar los lípidos de la superficie cutánea, favoreciendo la función barrera; y proteger frente a la inmunosupresión que la radiación UV genera en nuestra piel. Esto se lleva a cabo por medio de diferentes mecanismos como la modulación en la expresión de diferentes citoquinas, péptidos antimicrobianos o componentes del complemento por parte de los queratinocitos.
La edad, la alimentación, el tipo de vida, algunos fármacos, y ciertos hábitos de higiene, sobre todo relacionados con el uso de champús, jabones o geles de baño muy agresivos, pueden alterar de forma muy importante esta barrera defensiva.
Constitución y composición de la Dermobiota
El proceso de constitución de la microbiota comienza tras el nacimiento, de modo que los recién nacidos son inicialmente colonizados por un ecosistema microbiano homogéneo que desempeñará un papel clave en el mantenimiento de la homeostasis inmune en nuestros tejidos periféricos.
Hoy en día sabemos que aquellos individuos nacidos por cesárea presentan una microbiota diferente a la de individuos nacidos vía vaginal, asociando un mayor riesgo de desarrollar enfermedades inflamatorias o autoinmunes crónicas tales como como enfermedad celíaca, diabetes tipo I o el asma.
A medida que los niños van exponiéndose al ambiente, va aumentando la diversidad de la dermobiota en diferentes áreas corporales, en función de factores como la temperatura, el grado de humedad de la zona anatómica, el Ph, y la concentración de glándulas sebáceas. Este proceso irá en aumento en la pubertad y tenderá a estabilizarse en la edad adulta.
A grandes rasgos, existen cuatro grandes filos bacterianos predominantes a nivel cutáneo: Actinobacteria (51,8%), Firmicutes (24,4%), Protreobacteria (16,5%) y Bacteroidetes (6,3%), con miles de especies pertenecientes a cada una. Solo la superficie palmar es capaz de contener hasta 158 especies distintas de bacterias. Entre las especies más frecuentemente encontradas destacan Propinebaterium, Staphylococcus y Corynebacterium, mientras que otras especies están escasamente representadas, a pesar de lo cual pueden tener una gran influencia en el ecosistema global
Más allá de la representación bacteriana, también es posible encontrar virus, hongos y ácaros en distintas áreas de nuestra dermobiota. Los hongos constituyen menos de 1% del total excepto en la zona periauricular y frontal que presenta concentraciones mayores. El principal representante de este grupo es Malassezia spp., y principalmente M. restricta, M. globosa and M. sympodialis. Demodex folliculorum sería el máximo representante en el grupo de los ácaros, encontrándose asociado habitualmente al folículo pilosebáceo.
Composición de la microbiota cutánea
Dentro de un mismo individuo, existen diferencias por localización anatómica.
Se describe la existencia de tres hábitats diferentes en piel: zonas secas (como la fosa antecubital), húmedas (axilas) o sebáceas (cuero cabelludo). Cada hábitat anatómico tiene su propio nivel de diversidad y fluctuación temporal, siendo las zonas secas las que presentan mayor variabilidad de especies entre individuos diferentes. Por el contrario, las zonas parcialmente ocluidas o húmedas tales como las ingles presentan comunidades bacterianas más estables.
Las diferencias inter individuales son principalmente atribuibles a otros factores como el medio ambiente, la ocupación, la dieta o los hábitos de higiene.
Interacción entre huésped y microorganismo
El sistema inmune ha evolucionado de la mano de la microbiota residente en nuestra piel, con el fin de conservar aquellos microorganismos que actúan como comensales y eliminar los patógenos. Para optimizar este proceso, debe existir una correcta comunicación entre dermobiota, células epiteliales y los diferentes componentes del sistema inmune.
Como resultado de esta compleja interacción, se generarán alteraciones en el microbioma cutáneo que provocarán un aumento de la reactividad inmune, y por lo tanto aumentará el riesgo de desarrollo de patologías inflamatorias crónicas.
Este hecho es especialmente importante en patologías como la dermatitis atópica. Durante los brotes agudos, se ha observado un aumento del microbioma de Staphylococcus aureus desde un 35% a un 90%. Esto sugiere que las fluctuaciones en la concentración de este microorganismo en pieles de pacientes atópicos juega un papel relevante en la aparición de brotes.
Otro ejemplo de esta dualidad la encontramos con bacterias pertenecientes al género Corynebacterium, sobre todo en regiones húmedas. Esta bacteria es capaz de actuar como comensal contribuyendo al mantenimiento de la homeostasis cutánea pero también como patógeno en algunos individuos predispuestos, cuando las condiciones ambientales son adecuadas (eritrasma por C. minutissimum).
Asimismo, estudios recientes muestran que la relación microbio-microbio también desempeña un papel clave en el mantenimiento de la salud. Es el caso de Corynebacterium accolens, capaz de inhibir el crecimiento del Streptococco pneumoniae, patógeno frecuente del tracto respiratorio. A nivel cutáneo, un ejemplo lo tendríamos en la interacción entre Staphylococcus epidermidis (habitualmente comensal) y Staphylococcus aerius, responsable de muchas piodermitis, y al que el primero es capaz de neutralizar a través de péptidos antimicrobianos.
Un conocimiento más profundo sobre la interacción existente entre los microorganismos que componen nuestra dermobiota y el huésped, así como entre ellos mismos, nos ayudará a encontrar dianas terapéuticas más dirigidas hacia el tratamiento específico de afecciones como la dermatitis atópica, el acné, la psoriasis o la hidradenitis supurativa.
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